El 6 de enero fue la noche de los Reyes Magos. Aunque no habíamos preparado el nido, alrededor de las 2 de la mañana sonaron las alarmas. Unos padres angustiados denunciaban el secuestro de su joven hija. Por razones obvias voy a omitir algunos datos personales y me voy a limitar a contar la historia a trazos gruesos, porque me interesa reflexionar sobre un aspecto vinculado al hecho, pero no sobre el hecho en particular.
La narración, como todas las de este tipo, era aterradora. Un llamado telefónico desde el celular la víctima a su hermana. Una voz que avisaba del secuestro e “invitaba” a negociar, a la par que suministraba datos precisos sobre la secuestraba y deslizaba que podría tenerla cautiva en la provincia de Tucumán. Una comisaría vecinal que recibió la denuncia rápidamente. Se asignó intervención a la fuerza especial de la Policía Federal que se ocupa de los secuestros extorsivos. Con mucha eficacia los funcionarios policiales repasaron los hechos, analizaron la situación y realizaron un diagnóstico que estaba acompañado de algunas diligencias de prueba que estimaban pertinentes. La investigación estaba en marcha.
Uno de los rasgos que distinguen a los secuestros es su carácter excepcional en un sentido muy singular. La mayoría de las veces, el sistema judicial trabaja con hechos que ocurrieron; es decir que son cosas del pasado. A veces, se siguen cometiendo en tiempo presente, pero gran parte integran la historia. Con los secuestros las cosas son distintas. El sistema judicial y el de seguridad trabajan codo a codo con un suceso que se está cometiendo y con un objetivo doble. Por un lado, preservar la vida de la víctima: Por el otro, capturar a los autores con las manos en la masa, como se dice coloquialmente. Por estas razones, los secuestros extorsivos son situaciones límites, angustiantes y en las que cada segundo y cada dato es crucial. Por ello las exigencias de responsabilidad y la preservación de la información son claves. Sigo con el relato.
Las pruebas dieron sus frutos. Casi dos horas de trabajo permitieron a la policía detectar el lugar en el que la víctima estaba. No puedo contar la dinámica de ello porque es parte de las técnicas de investigación. Basta con explicar que, en un momento, los policías entablan una comunicación con la secuestrada quien, con mucha tranquilidad, explicó que estaba en una fiesta, que un amigo había tomado su teléfono celular y que le hizo una broma a su familia fingiendo un secuestro. Los policías, aunque oían la música de fondo y las combinaciones de voces no los dejaban escuchar bien, fueron cautos. No se quedaron con esa versión. Consiguieron, alrededor de las 5 de la mañana, juntar a la hija con su padre. Ella ratificó su versión de los hechos y un médico, tras revisarla, la halló en perfecto estado.
Durante esa noche de reyes, el trabajo del sistema judicial y del de seguridad, insumió tiempo, angustiantes comunicaciones “minuto a minuto”, intervenciones telefónicas realizadas por la oficina respectiva de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, desplazamientos de policías para realizar tareas de campo, la recepción de cinco declaraciones testimoniales y la intervención del médico legista. Juzgado, fiscalía y policías bailando al compás de una broma.
Es cierto que el trabajo de la administración de justicia y el de las fuerzas de seguridad tienen problemas. Mis humildes impresiones sobre el estado de la justicia y el modo de empezar a transformarlas lo escribí en libros. La última expresión fue “República de la Impunidad”. Muchas personas, más calificadas que yo, han hecho su trabajo al respecto también. Pero más allá de todo ello, más allá de lo mal o bien que trabajen sobre el punto las élites políticas, hay algo que solo podemos hacer los ciudadanos: aportar nuestro granito de arena para sanear nuestras instituciones. Entre otras cosas, ello exige responsabilidad. Es decir, tener en claro que sólo los ciudadanos podemos y debemos cuidar lo que es nuestro. Las instituciones que se ocupan de la seguridad y de aplicar la ley, lo son.